Según la leyenda, Sant Jordi fue un caballero, que rescató a una princesa de un dragón que la había exigido como tributo. Igualmente, en el momento que lo mató y la sangre cayó al suelo salió una rosa, con espinas como las espinas de la espalda del dragón.
Acerca de nuestra experiencia de esta festividad singular, cuando tomamos las calles fuimos a La Rambla, y en seguida nos hallamos dentro de un río de gente paseando entre puestos que vendían rosas y libros. Las rosas conmemoran el episodio de la leyenda, y según la tradición se compran por los hombres para regalar a las mujeres. Los libros representan una parte más contemporánea de las celebraciones, en la que las mujeres corresponden los regalos de los hombres por darse rosas. Este costumbre festeja el hecho curioso que la fecha coincide con los aniversarios de las muertes de William Shakespeare y Miguel de Cervantes, aunque este elemento del día no se dio lugar hasta 1929.
Pasamos por los calles absorbiendo el ambiente jovial, teñido con romance. Las parejas estaban prevalentes en el gentío, con regalos de su otro, mezcladas con los turistas típicos de aquella calle. Vimos rosas de todos tipos y colores. Claro las rojas fueron las más comunes pero también vimos rosas púrpuras, amarillas, blancas y mezcladas de una multitud de colores.